martes, 23 de abril de 2013

Experiencia Nº 6 - Jorge Galindo y Santiago Sierra



“LOS ENCARGADOS”. JORGE GALINDO Y SANTIAGO SIERRA.
 

  
El proyecto “Los encargados” de Jorge Galindo y Santiago Sierra está formado por un vídeo de 5 minutos de duración, en blanco y negro con sonido ambiente y con la Varsoviana soviética como música de fondo. Rodado durante la madrugada del 15 de agosto del pasado verano, las imágenes muestran una procesión de siete coches oficiales coronados con gigantescos retratos colocados boca abajo y pintados también en blanco y negro. Una procesión muy especial: siete coches de alta gama subiendo desde Plaza España por la Gran Vía madrileña hasta la Cibeles. Siete coches que cargaban con otros tantos retratos, situados bocabajo . En el primero se ve al rey Juan Carlos. Le siguen los rostros de los presidentes de los sucesivos Gobiernos desde la Transición: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Son, en palabras de Sierra, las caras visibles del régimen, "las de los encargados de representar los intereses de la banca, del Pentágono, de Roma, de los terratenientes, del Ejército"... Galindo declara que todos ellos son responsables de "políticas asesinas". "Hay que decirlo muy claro: hay gente muriendo y otros miles robados y echados de sus casas. El mal tiene un principio y nosotros estamos hablando del tocomocho de la Transición, dirigida por las élites políticas del franquismo para perdurar hasta nuestros días. Señalamos a los encargados del gran timo".


 
 


Como todo el trabajo de Sierra, la procesión en sí misma remite a un hecho social que, al devenir imagen-espectáculo, corre el riesgo de perder su potencial. Sin embargo, este trabajo no entra, pensamos, en complejas dinámicas en relación a las correctas relaciones entre arte y política: simplemente dar visibilidad al descontento ciudadano y a la indignación, representar el descalabro socio-político en una procesión con tintes de funeral. 


Efecto centrífugo de esta crisis que estamos viviendo es la interrogación que a cada uno se nos hace acerca de si estamos, o no, a la altura. A la altura de los tiempos, a la altura de las necesidades. Estar a la altura. ¿Estamos a la altura?, ¿está la sociedad a la altura?, ¿está el arte a la altura? Porque si ellos no, si ellos –políticos y adláteres- no lo están, eso no quiere decir más que una cosa: que la necesidad de respuesta nos rebota multiplicado su efecto devastador por cien. 

Pero quedémonos con la pregunta que nos importa aquí, la del arte. ¿Está el arte a la altura? Es decir, de una vez por todas, ¿está sirviendo el arte para algo? Porque nos cansamos de decirlo, se nos llena la boca: arte-político, como si fuera una coletilla, una obviedad que adjetiva lo común de unas prácticas llamadas a provocar un desacuerdo en el entramado sensible de la comunidad. Pero, ¿político, ahora que parece tener la oportunidad, es el arte político?

El problema es que si lo político es asimilado por el arte, además de desactivar al propio movimiento, también –como corolario- se infiere que el arte es incapaz de actuar en la realidad. Y a la inversa, intentar desvincular totalmente el movimiento de lo artístico para no desactivarlo, se termina por incurrir en la misma desavenencia: que el arte carece de cualquier capacidad política para transformar las cosas. 

Mucho se podría entonces hablar acerca de las relaciones entre arte y política, relaciones que, sin anular el potencial de ninguna de ellas, deberían concitar la posibilidad del disenso, la articulación rupturista de un régimen de sensibilidades comprendido como nuevo reparto (en la terminología de Rancière) de sensibilidades. Pero lo que al menos sí puede decirse es que movimientos sociales actuales han encontrado en el arte una manera de lograr visibilidad. Es decir, una estética precisa a sus intereses, una ocupación del espacio público llamada a redirigir las visibilidades.

Porque de eso era de lo que se trataba: hacer que la voz de los “sin voz” sea visible, adquiera visibilidad, que lo invisible se torne visible. Lo importante del movimiento indignado es el de haber dado visibilidad a una nueva subjetividad, a una nueva víctima que, al contrario de lo que suele suceder, es capaz de tener voz, de hacerse visible. Y, en este régimen, ser visible es entrar en la política.

 



Es en este punto preciso donde se levanta la obra de Sierra y Galindo: dar visibilidad, otorgar una representación a la indignación que el sistema democrático provoca actualmente en el ciudadano medio. La indignación surgida como respuesta a la obvia desigualdad estructural que evidencia un sistema democrático con tics adquiridos, señala bien a las claras a su propio mito fundacional: el mito de la Transición. La democracia, deficitaria en primer momento por razones obvias, no fue nunca objeto de acicalado por los caciques de la cosa comunitaria, sino que, más bien, sirvió de repetición paranoide con la que poner trapos mojados a un sistema que se caía –y se cae- a trozos.

Lo que escenifican estos artistas es el hecho de que la indignación no remite únicamente a un momento concreto y actual de la historia política española, sino que llega hasta la misma génesis del régimen democrático: en el origen de la gran crisis económica, institucional y política del país subyacen las carencias democráticas del pacto de la transición, la ausencia de la separación de los poderes del Estado, la falta de controles democráticos y de una ley electoral representativa, lo que ha favorecido la llegada al poder de gobernantes de escasa calidad (de Zapatero a Rajoy, y sus respectivos gobiernos) con responsabilidades directas en la grave crisis social del país y en la “corrupción ambiental” del Estado.



Lo que logra Sierra y Galindo no es una precisa relación entre estética y política –de hecho no creo que les interese demasiado nociones como la de autonomía o indecibilidad estética. Lo que logran es dar cabida, crear el espacio, para que otros imaginarios representativos puedan tener lugar. De eso, cómo decíamos al principio, va el arte: de practicar y ensayar con las visibilidades para organizarlas de otra manera. Sierra y Galindo articulan una procesión donde la historia no redime a las víctimas sino que, sin compasión alguna, condena a los culpables.

¿Creen que el mundo del arte está a la altura de las circunstancias o los seis millones de parados requerirían más atención? Sierra responde que él no es quien para "decirle al mundo del arte lo que tiene que hacer". "Cada uno verá lo qué hace o no hace. Además, al mundo del arte tampoco le agradan las sugerencias. Los seis millones de parados necesitan auto organizarse para generar sus propios medios al margen del Estado y el capital o todo lo al margen que se pueda; asociarse y luchar juntos por no tener que pedirle trabajo a nadie. No es toda nuestra atención lo que necesitan".
Ambos se muestran preocupados por la pérdida de derechos ciudadanos y la represión contra quienes participan en movilizaciones en la calle. "Rajoy está utilizando la crisis y su mayoría absoluta para convertir al Estado en un régimen autoritario y como tal están saldando cuentas pendientes", dice Galindo. "Este no es un país libre. Opinar sobre esto es punible ahora en la legislación española", remata Sierra.
El final de esta situación no parece estar a la vuelta de la esquina. Galindo opina que "lo único que puede cambiar este sistema político-financiero tan injusto es el poder y la organización de la gente". "Cada vez que oigo a un político hablando de la crisis, se me revuelven las tripas. Es el zorro cuidando de las gallinas. Lo grave es que sus mentiras matan a la gente".


Fotograma del vídeo de Santiago Sierra y Jorge Galindo





Siete pinturas y diez fotografías/galería  Helga de Alvear. Madrid

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