“LOS ENCARGADOS”. JORGE GALINDO Y SANTIAGO SIERRA.
El proyecto “Los encargados” de Jorge Galindo y
Santiago Sierra está formado por un vídeo
de 5 minutos de duración, en blanco y negro con sonido ambiente
y con la Varsoviana
soviética como música
de fondo. Rodado durante la madrugada del 15 de agosto del pasado verano, las
imágenes muestran una procesión de siete coches oficiales coronados con
gigantescos retratos colocados boca abajo y pintados también en blanco y negro.
Una procesión muy especial: siete coches de alta gama
subiendo desde Plaza España por la Gran Vía madrileña hasta la Cibeles. Siete
coches que cargaban con otros tantos retratos, situados bocabajo . En el primero se ve al rey Juan Carlos. Le siguen los rostros de
los presidentes de los sucesivos Gobiernos desde la Transición: Adolfo Suárez,
Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez
Zapatero y Mariano Rajoy. Son, en palabras de Sierra, las caras visibles del
régimen, "las de los encargados de representar los intereses de la banca,
del Pentágono, de Roma, de los terratenientes, del Ejército"... Galindo
declara que todos ellos son responsables de "políticas asesinas". "Hay
que decirlo muy claro: hay gente muriendo y otros miles robados y echados de
sus casas. El mal tiene un principio y nosotros estamos hablando del tocomocho
de la Transición, dirigida por las élites políticas del franquismo para
perdurar hasta nuestros días. Señalamos a los encargados del gran timo".
Como todo el trabajo de Sierra, la procesión en sí misma remite a un hecho
social que, al devenir imagen-espectáculo, corre el riesgo de perder su
potencial. Sin embargo, este trabajo no entra, pensamos, en complejas dinámicas
en relación a las correctas relaciones entre arte y política: simplemente dar
visibilidad al descontento ciudadano y a la indignación, representar el
descalabro socio-político en una procesión con tintes de funeral.
Efecto centrífugo de esta crisis que estamos viviendo es la interrogación que a
cada uno se nos hace acerca de si estamos, o no, a la altura. A la altura de
los tiempos, a la altura de las necesidades. Estar a la altura. ¿Estamos a la
altura?, ¿está la sociedad a la altura?, ¿está el arte a la altura? Porque si
ellos no, si ellos –políticos y adláteres- no lo están, eso no quiere decir más
que una cosa: que la necesidad de respuesta nos rebota multiplicado su efecto
devastador por cien.
Pero quedémonos con la pregunta que nos importa aquí, la del arte. ¿Está el
arte a la altura? Es decir, de una vez por todas, ¿está sirviendo el arte para
algo? Porque nos cansamos de decirlo, se nos llena la boca: arte-político, como
si fuera una coletilla, una obviedad que adjetiva lo común de unas prácticas
llamadas a provocar un desacuerdo en el entramado sensible de la comunidad.
Pero, ¿político, ahora que parece tener la oportunidad, es el arte político?
El problema es que si lo político
es asimilado por el arte, además de desactivar al propio movimiento, también
–como corolario- se infiere que el arte es incapaz de actuar en la realidad. Y
a la inversa, intentar desvincular totalmente el movimiento de lo artístico
para no desactivarlo, se termina por incurrir en la misma desavenencia: que el
arte carece de cualquier capacidad política para transformar las cosas.
Mucho se podría entonces hablar
acerca de las relaciones entre arte y política, relaciones que, sin anular el
potencial de ninguna de ellas, deberían concitar la posibilidad del disenso, la
articulación rupturista de un régimen de sensibilidades comprendido como nuevo
reparto (en la terminología de Rancière) de sensibilidades.
Pero lo que al menos sí puede decirse es que movimientos sociales actuales han
encontrado en el arte una manera de lograr visibilidad. Es decir, una estética
precisa a sus intereses, una ocupación del espacio público llamada a redirigir
las visibilidades.
Porque de eso era de lo que se trataba: hacer que la voz de los “sin voz” sea
visible, adquiera visibilidad, que lo invisible se torne visible. Lo importante
del movimiento indignado es el de haber dado visibilidad a una nueva
subjetividad, a una nueva víctima que, al contrario de lo que suele suceder, es
capaz de tener voz, de hacerse visible. Y, en este régimen, ser visible es
entrar en la política.
Es en este punto preciso donde se
levanta la obra de Sierra y Galindo:
dar visibilidad, otorgar una representación a la indignación que el sistema
democrático provoca actualmente en el ciudadano medio. La indignación surgida
como respuesta a la obvia desigualdad estructural que evidencia un sistema
democrático con tics adquiridos, señala bien a las claras a su propio mito
fundacional: el mito de la Transición. La democracia, deficitaria en primer
momento por razones obvias, no fue nunca objeto de acicalado por los caciques
de la cosa comunitaria, sino que, más bien, sirvió de repetición paranoide con
la que poner trapos mojados a un sistema que se caía –y se cae- a trozos.
Lo que escenifican estos artistas es el hecho de que la indignación no remite
únicamente a un momento concreto y actual de la historia política española,
sino que llega hasta la misma génesis del régimen democrático: en el origen de
la gran crisis económica, institucional y política del país subyacen las
carencias democráticas del pacto de la transición, la ausencia de la separación
de los poderes del Estado, la falta de controles democráticos y de una ley
electoral representativa, lo que ha favorecido la llegada al poder de gobernantes
de escasa calidad (de Zapatero a Rajoy,
y sus respectivos gobiernos) con responsabilidades directas en la grave crisis
social del país y en la “corrupción ambiental” del Estado.
Lo que logra Sierra y Galindo no es una precisa relación
entre estética y política –de hecho no creo que les interese demasiado nociones
como la de autonomía o indecibilidad estética. Lo que logran es dar cabida,
crear el espacio, para que otros imaginarios representativos puedan tener
lugar. De eso, cómo decíamos al principio, va el arte: de practicar y ensayar
con las visibilidades para organizarlas de otra manera. Sierra y Galindo articulan una procesión donde
la historia no redime a las víctimas sino que, sin compasión alguna, condena a
los culpables.
¿Creen que el mundo del arte está a la altura de las
circunstancias o los seis millones de parados requerirían más atención? Sierra
responde que él no es quien para "decirle al mundo del arte lo que tiene
que hacer". "Cada uno verá lo qué hace o no hace. Además, al mundo del
arte tampoco le agradan las sugerencias. Los seis millones de parados necesitan
auto organizarse para generar sus propios medios al margen del Estado y el
capital o todo lo al margen que se pueda; asociarse y luchar juntos por no
tener que pedirle trabajo a nadie. No es toda nuestra atención lo que
necesitan".
Ambos se muestran preocupados por la pérdida de derechos
ciudadanos y la represión contra quienes participan en movilizaciones en la
calle. "Rajoy está utilizando la crisis y su mayoría absoluta para
convertir al Estado en un régimen autoritario y como tal están saldando cuentas
pendientes", dice Galindo. "Este no es un país libre. Opinar sobre
esto es punible ahora en la legislación española", remata Sierra.
El final de esta situación no parece estar a la vuelta de la
esquina. Galindo opina que "lo único que puede cambiar este sistema
político-financiero tan injusto es el poder y la organización de la
gente". "Cada vez que oigo a un político hablando de la crisis, se me
revuelven las tripas. Es el zorro cuidando de las gallinas. Lo grave es que sus
mentiras matan a la gente".
Fotograma
del vídeo de Santiago Sierra y Jorge Galindo
Siete pinturas y diez
fotografías/galería Helga de Alvear.
Madrid